viernes, 28 de diciembre de 2012

ἰστορίη


Un día, el hombre se despertó, no recordaba nada del pasado, pero sabía que algo había sucedido antes que él. Era curioso, investigó. Si bien sus investigaciones se basaban en lo que unos y otros contaban mintiendo, siempre habría algo de verdad en sus palabras (al fin y al cabo, el hombre no es tan creativo como para imaginarlo todo desde cero). El hombre que ya había perdido la memoria una vez, decidió que esta vez no la perdería y así fue como escribió cada palabra, cada historia.
Un día, vinieron los bárbaros. Arrasaron el pueblo del hombre y a él mismo lo mataron y clavaron su cabeza en una estaca por haberse atrevido a recordar y a tratar de llegar a la verdad. Queda como testimonio aún su cráneo en una puerta de lo que algún día fue su casa y ahora es escombro, para que los futuros hombres sepan que el pasado es lo que cuentan y ponerlo en duda no es opción.
Un día, otro hombre se despertó, pensó en la calavera solitaria que había visto en sueños y decidió buscar lo que sin duda el hombre al que había pertenecido habría escrito en vida. Y lo encontró. Pero ya hacía eones de aquello y las letras no eran las mismas, y las palabras no tenían sentido. Este hombre no cejó en su empeño y consiguió entenderlo y casi traducirlo (pero al hacerlo se percató de que no hay manera humana de traducir una lengua a otra, pues cada una refleja una visión del mundo y ya se sabe que no hay dos iguales). Intentó enseñar su descubrimiento al mundo y lo tomaron por loco, intentó que otros aprendieran a entender lo que el pretérito hombre quiso decir para así entender un poco mejor el mundo y cómo habían llegado a aquella sociedad presente.
Un día, ese otro hombre fue abandonado por su pueblo en una cueva, ‘está loco’ decían los padres a sus hijos, ‘nunca nos servirá de nada’ decían los dirigentes y de ello se convencían los ciudadanos. Y así fue cómo el pueblo fue arrastrado otra vez hacia una invasión bárbara, hacia un futuro sin pasado, hacia una espiral de cometer los mismos errores. Y así fue cómo murió solo el otro hombre, junto a los textos que contaban una invasión bárbara en el pasado, junto a los paralelismos que sólo él pudo ver, junto a un montón de lenguas muertas.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Ponerle nombre

Porque al fin y al cabo, mi amor a las palabras hace que las dote de cierto poder, cierta magia. Necesito siempre la palabra exacta para el momento, para de alguna manera intentar que un pequeño instante no se olvide cuando lleguen otros a borrarlo del reloj.
Y el problema llega cuando la palabra exacta no existe, cuando me he olvidado de nombrar antes de sentir, cuando quizás exista la palabra exacta pero no quiera usarla (precisamente por el miedo a su magia, a esa capacidad que tienen las palabras de que la realidad nombrada sea la realidad).
Pero, aunque me empeñe en no darle importancia a la carencia de nombre, mi filología (entiéndase la etimología) no me deja dejar de necesitar la palabra exacta.
Algún día, supongo, seré vencida y habrá, al fin, que ponerle nombre.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Supersubmarina

Siendo tan pequeño el universo cómo diantres pudo caber en él un momento tan eterno. Siendo tan eterno aquel momento cómo me voy a querer morir para quedarme sin la posibilidad de eternizar más instantes.
Aunque a veces piense que tal vez hace poco tiempo, que tal vez sea sólo una ilusión, que tal vez todo esté en mis venas.
Pero ahí llega el fuego que mata los inviernos y me da un beso en la nariz para que se me pase el frío, ahí llega en una visita inesperada y en caminos más largos carentes de orientación pero llenos de sonrisas, ahí llega con un abrazo repentino y con pocas palabras pero justas, ahí llega el fuego que mata los inviernos y aún no me da ningún motivo para que mis pies rocen el suelo.
Y estando tan abrigada a pesar de diciembre, no puedo dejar de preguntarme cómo siendo tan pequeño el universo pudiste caber ahí.