sábado, 23 de marzo de 2013

Eterno retorno


Bebió de un trago media cerveza y miró de nuevo a la mesa donde ella estaba hacía un momento. Aún quedaba la marca de sus labios en el vaso y ese olor, que teñía la atmósfera de un bar cualquiera.
Volvió al día siguiente, a la misma hora, y esperó paciente que volviese a entrar, a pedir su refresco de medio día, a reír mientras leía ese libro (“tengo que averiguar cuál es”, pensó) y a volver a salir, dejando el ambiente enrarecido y su corazón a punto de estallar.
Así llevaba casi una semana, viéndola entrar, fijándose en cada detalle (acaso podría hacer, aunque quisiera, otra cosa), en cada hoyuelo de sus mejillas al sonreír, en la forma de coger el vaso, distraída mientras pasaba a la página siguiente, dar un sorbo corto y volver a dejarlo en la mesa, en cómo de vez en cuando levantaba la mirada y echaba un vistazo a la barra del bar (habría jurado que hasta lo veía) antes de volver a fijar sus grandes ojos negros en su libro, en cómo al terminar de beber pedía la cuenta con un leve gesto de su muñeca y ponía la cantidad exacta encima de la mesa antes de levantarse y volver a abandonarlo sin siquiera saber que existe.
Todos los días postergaba pronunciar las palabras que reposaban entre sus dientes hasta la siguiente cerveza. Esa siguiente cerveza que siempre pedía demasiado tarde. Todos los días pensaba que mañana no esperaría tanto. Y mañana llegaba pero él bebía de un trago media cerveza y miraba de nuevo a la mesa donde ella estaba hacía un momento.