A día de hoy, estudio el máster de enseñanza secundaria. Sueño con algún día ser como aquellos a quienes admiré. Espero no ser de esos que me hicieron sufrir.
Porque hay profesores que a propósito o por ignorancia, hacen sufrir. Porque en una clase, a pesar de lo que digan los medios o quien lo diga, el que tiene la sartén por el mango es el profesor: tiene el poder, nada más y nada menos, de evaluarnos (con la repercusión que ello tiene a cualquier edad sobre la autoestima de una persona), de hacernos conocedores de multitud de asuntos (y de cómo acceder a la información y observarla críticamente) y de conseguir influir en nuestros gustos más allá del tiempo en que tenemos la suerte o desgracia de que nos enseñen.
Porque yo odié la Historia mucho tiempo, porque yo amo la Literatura (así, con mayúscula), porque soy filóloga y seré profesora. Y todo fue por ellos (futuro nosotros), por los profesores.
Que no piensen que nos influyen sólo un ratito, el que estamos en clase o que salimos de allí con más o menos conocimiento sobre una materia concreta. Porque eso no es verdad. Salimos de allí con un poquito de conocimiento y, si lo hacen bien, con el interés por aprender más y con los métodos para lograrlo. Salimos de allí con sentimientos de frustración, de alegría, de odio, de amor infinito.
En el máster nos dicen muchas de estas cosas, en un principio me parecía que era todo un poco obvio para cualquier (futuro) docente. Pero viendo cómo se las gastan algunos profesores, empiezo a entender la importancia de que nos digan lo realmente importante: que los alumnos son personas y todos lo hemos sido; que para ser buen profesor, hay que ser buena persona.
Gracias a quienes me inculcaron el miedo a la evaluación y no el interés por aprender, a quienes tomaron las críticas como "las tonterías de los vagos niñatos estos", a quienes convertían las clases en instrumentos de tortura. Me transmitieron ganas de tirar la toalla, me dieron odio irracional hacia todo el aprendizaje que intentaban imponerme. Gracias por enseñarme solamente lo único que creo que no quisisteis enseñarme: que no quiero ser como vosotros.
Y vuelvo a agradecer, como tácitamente agradezco cada día, a quienes me enseñaron a entender la Literatura, gracias a los que me hicieron ser como soy. Me transmitieron la visión crítica del mundo, me dieron las ganas de luchar por lo que creo justo, me volvieron romántica. Gracias, infinitas gracias.
P.S.: Siendo alumna de bachillerato, tras exponer las críticas de los alumnos hacia los profesores en una evaluación, presencié esta conversación entre quien me hizo aborrecer una materia y quien me hizo filóloga:
-No hace falta parecer bueno.
+De eso nada, hay que ser bueno y parecerlo.