lunes, 6 de mayo de 2013

Intenciones

Hoy leía un artículo sobre el mejor profesor de mi vida y, como siempre, es cuando me acuerdo de todos, de los pasados (de algunos más que de otros) y de los presentes.
Y veo la necesidad más que nunca de valorarlos, no ya porque, indudablemente lo merezcan, sino por el miedo a que les llegue la desilusión de los años y sabrán las Moiras cuántos alumnos se queden sin la posibilidad de hacer que los despierten, que les descubran mundos.
Y sé que no es la primera vez que escribo sobre la importancia de amar el trabajo (y más si tiene la de ser los responsables de que las personas decidan su rumbo), pero cada vez que pienso más en ello, más en deuda me siento, por lo que me enseñaron, de letras, de literatura, pero sobre todo por lo que me enseñaron sobre la lógica, el (como dice el artículo) porqué y el porqué no tienes razón (ellos saben que no la tuve muchas veces).
Nunca vi que mi destino fuera la docencia, pero en este mundo en el que he tenido la suerte de sumergirme, no se puede decir que no. Y si algún día tengo que reunir el valor necesario para plantarme ante 20 (ojalá que no menos) sobrehormonados jóvenes y hablarles durante horas sobre acusativos, supinos, Homero, optativos oblicuos, César y todas esos ancianos venerables a los que les dio por escribir (ya ves tú la estupidez) en lenguas que nadie habla, quiero ser como ellos.