lunes, 14 de diciembre de 2015

Lo realmente importante

En mi papel como alumna siempre tuve claro qué tenía un buen profesor: eran buenas personas, razonables y coherentes; también sabían sobre su materia y sabían cómo hacer que me gustara (en los casos en que esto no era posible, al menos, no lo odié). 
A día de hoy, estudio el máster de enseñanza secundaria. Sueño con algún día ser como aquellos a quienes admiré. Espero no ser de esos que me hicieron sufrir.
Porque hay profesores que a propósito o por ignorancia, hacen sufrir. Porque en una clase, a pesar de lo que digan los medios o quien lo diga, el que tiene la sartén por el mango es el profesor: tiene el poder, nada más y nada menos, de evaluarnos (con la repercusión que ello tiene a cualquier edad sobre la autoestima de una persona), de hacernos conocedores de multitud de asuntos (y de cómo acceder a la información y observarla críticamente) y de conseguir influir en nuestros gustos más allá del tiempo en que tenemos la suerte o desgracia de que nos enseñen. 
Porque yo odié la Historia mucho tiempo, porque yo amo la Literatura (así, con mayúscula), porque soy filóloga y seré profesora. Y todo fue por ellos (futuro nosotros), por los profesores.
Que no piensen que nos influyen sólo un ratito, el que estamos en clase o que salimos de allí con más o menos conocimiento sobre una materia concreta. Porque eso no es verdad. Salimos de allí con un poquito de conocimiento y, si lo hacen bien, con el interés por aprender más y con los métodos para lograrlo. Salimos de allí con sentimientos de frustración, de alegría, de odio, de amor infinito. 
En el máster nos dicen muchas de estas cosas, en un principio me parecía que era todo un poco obvio para cualquier (futuro) docente. Pero viendo cómo se las gastan algunos profesores, empiezo a entender la importancia de que nos digan lo realmente importante: que los alumnos son personas y todos lo hemos sido; que para ser buen profesor, hay que ser buena persona.
Gracias a quienes me inculcaron el miedo a la evaluación y no el interés por aprender, a quienes tomaron las críticas como "las tonterías de los vagos niñatos estos", a quienes convertían las clases en instrumentos de tortura. Me transmitieron ganas de tirar la toalla, me dieron odio irracional hacia todo el aprendizaje que intentaban imponerme. Gracias por enseñarme solamente lo único que creo que no quisisteis enseñarme: que no quiero ser como vosotros.
Y vuelvo a agradecer, como tácitamente agradezco cada día, a quienes me enseñaron a entender la Literatura, gracias a los que me hicieron ser como soy. Me transmitieron la visión crítica del mundo, me dieron las ganas de luchar por lo que creo justo, me volvieron romántica. Gracias, infinitas gracias.



P.S.: Siendo alumna de bachillerato, tras exponer las críticas de los alumnos hacia los profesores en una evaluación, presencié esta conversación entre quien me hizo aborrecer una materia y quien me hizo filóloga:
-No hace falta parecer bueno.
+De eso nada, hay que ser bueno y parecerlo.

domingo, 12 de abril de 2015

De utilitate

Hoy leí que el hecho de que un estudiante te diga que el latín o el griego le servirá en un futuro para 'amueblar la cabeza' u 'organizar su vida' es como hacer un regalo y que se queden con el envoltorio. Me parece que no es esta una actitud propia de alguien que quiere mantener viva la tradición cultural occidental, a mamá Grecia y a papá Roma, sino más bien de alguien que pretende mantener el latín y el griego como algo sublime e inaccesible para aquellos que no estén dispuestos, o no sean capaces, de comprenderlos en su totalidad.
En un mundo utópico y perfecto, yo saludaría con un 'salvete' y no confundiría las declinaciones. Y todo el mundo apreciaría lo hermoso de estas lenguas al igual que yo lo hago, y las estudiaría por el placer de estudiarlas, por el amor a las letras.
Pero el común de los mortales no aprecia de este modo el latín y el griego (ni muchísimas otras materias). Sin ir más lejos, yo aprecio la biología por la ayuda que me ha prestado a un nivel muy básico para comprender el mundo que me rodea, pero si tuviera que estudiar la biología y nada más que la biología, estaría dándome cabezazos contra la pared en menos de lo que se tarda en decir 'célula'. Simplemente, no es lo mío.
Todos los días mis compañeros y yo nos cruzamos con alguien que nos dice 'uf, y eso para qué'. Todos los días tenemos que poner la mejor de nuestras sonrisas y explicar detenidamente que simplemente es nuestra vida. Así que, personalmente, si alguien me dijese que las lenguas clásicas le sirven para 'amueblar la cabeza' estaría más que satisfecha de mi trabajo y de haber podido transmitir un poquito de lo que sé y lo que siento.
Seamos modestos y realistas, somos unos raritos, se tienen que alinear los planetas para que alguien aprecie estos mundos como nosotros lo hacemos. Y no es reprochable, cada uno tiene sus gustos y sería egocéntrico pretender que los nuestros sean los únicos válidos. Cada uno estudiará lo que quiera y nada más que el hecho de que aprendan a usar otros conocimientos (que no son su especialidad) y aplicarlos a su vida ya nos otorga valor, nos otorga la famosa 'utilidad'.
En definitiva, un poquito más de humildad, más de no intentar hallarnos en la posesión de la verdad absoluta, más de no mirar por encima del hombro, más de no tratar a los demás como estamos hartos de que nos traten.

miércoles, 5 de marzo de 2014

En defensa de lo indefendible*

*Indefendible porque no habría de ser defendido, porque no es reprobable, no porque sea ilícito hacerlo

Volver implica recordar, como siempre, a aquellos que repitieron esa frase, tan a gusto de la sociedad actual '¿de letras tú? pero si valías...', y que más tarde me felicitaron 'por los éxitos obtenidos y el orgullo que suponía haber sido parte'. Esta hipocresía, también muy a gusto de la sociedad actual. A quién no se le llena la boca al hablar de Homero o de Tucídides o de cualquier otro de mis clásicos, pero quién de ellos ha tenido el valor, la perspectiva, la paciencia y el cariño necesarios para acercarse a ellos, entenderlos y aprender a discernir en qué reside su grandeza y cuáles son (porque haberlos haylos) sus defectos. Pues ya os digo, que desgraciadamente, son pocos los que se atreven a leerlos y menos aún los que se atreven a reconocer su incomprensión hacia esos grandes textos. Asumen la grandeza que le han dado los siglos ha tenido razón de ser. También asumen que esas citas que acostumbran ellos a repetir se dijeron de ese modo y (faltaría más) venían perfectamente a cuento con lo que ellos pretenden trasmitir.
Que sí, que esto no es nuevo, que bienvenida al mundo, que nada nuevo bajo el sol, que no voy a cambiar a este tipo de gente. Pero en algún sitio tengo que descargar la frustración y heme aquí.
Sobre todo al ver menospreciada en todos los ámbitos a 'las letras', eso que para 'los de ciencias' es casi un insulto, porque es ir 'a lo fácil'. Parecen olvidar que esas 'letras' constituyen el origen de sus 'ciencias' y que el lenguaje y el entendimiento de sus estructuras requieren la misma capacidad analítica que se usa en los problemas matemáticos, por poner un ejemplo. Ambos procesos requieren la memorización de una fórmula (¿no es eso aprenderte un paradigma de flexión o una ley fonética?) y aplicarla a casos concretos (¿no es eso lo que nos hace interpretar y poder traducir una frase?). Pero, Dios me perdone por ello, en mi caso, los números siempre me parecieron vacíos y las palabras, tan hermosas, tan llenas de un contenido, como si tuviesen alma propia.
No olvidemos, asimismo, que la filología no se limita a estudiar las lenguas y sus mecanismos, así en abstracto. Sino que también hace caso a la literatura. Por supuesto esta requiere algo más: no basta con saber la lengua en que se escribieron, no basta con entender cada frase y cada sintagma, hay que entenderla en el contexto histórico (social, político, económico e incluso biográfico del autor) y añadámosle de paso, que uno no escribe así, tal cual, sino que le da por poner figuras retóricas, usar arcaísmos, adaptarse a una métrica... (Y ahí es cuando las traducciones fallan, porque cada una decide reflejar uno de esos aspectos en detrimento del resto). En resumen, que si a mí me resultan más o menos fáciles es porque le pongo más o menos ganas y, según el día, me apetece más o menos. Pero que no, que no son más fáciles que las 'ciencias', ni más difíciles. Que ya me gustaría ver a más de uno y más de dos intentando comprender a Solón (de cuyo contenido me encantaría escribir próximamente), igual que yo me las vería y desearía frente a una operación matemática un pelín compleja.
Y ya puestos, me encantaría saber qué es lo que les hace decir que 'es lo fácil' y a mirarnos por encima del hombro. Que yo sepa, tan humanos nos hace ser capaces de crear una bombilla, por ejemplo, como de crear una composición poética (¡y que además perdure a través de los siglos, transmitiendo unos ideales y sentimientos que conmueven tanto tiempo después!).
Pero no, no se puede defender lo que yo amo, porque ¿para qué? Se vuelven a olvidar ellos de que la pregunta es '¿por qué?'