miércoles, 19 de diciembre de 2012

Ponerle nombre

Porque al fin y al cabo, mi amor a las palabras hace que las dote de cierto poder, cierta magia. Necesito siempre la palabra exacta para el momento, para de alguna manera intentar que un pequeño instante no se olvide cuando lleguen otros a borrarlo del reloj.
Y el problema llega cuando la palabra exacta no existe, cuando me he olvidado de nombrar antes de sentir, cuando quizás exista la palabra exacta pero no quiera usarla (precisamente por el miedo a su magia, a esa capacidad que tienen las palabras de que la realidad nombrada sea la realidad).
Pero, aunque me empeñe en no darle importancia a la carencia de nombre, mi filología (entiéndase la etimología) no me deja dejar de necesitar la palabra exacta.
Algún día, supongo, seré vencida y habrá, al fin, que ponerle nombre.

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